San Sebastián es un santo bastante secundario en el Santoral actual, reformado después del Concilio Vaticano II. Sin embargo, durante toda la Edad Media su devoción fue muy extendida y su patrocinio sobre la salud y contra toda enfermedad era muy reconocido. Aunque la devoción al Santo mártir arranca de las primitivas comunidades cristianas, fue a lo largo de la Edad Media, y sobre todo en épocas de peste y calamidades, cuando su invocación se generaliza.
SAN SEBASTIÁN, SOLDADO
Después de la persecución de Valeriano, el emperador Galieno, su sucesor, dirigió un rescripto a los obispos por el que les permitía reanudar el culto cristiano y ocupar las iglesias que unos años antes les habían sido confiscadas. Los emperadores siguientes respetaron aquel rescripto y el cristianismo gozó de un largo período de paz. Sí se dieron casos de persecución en provincias, ello fue debido más al celo intempestivo de algún prefecto que a la voluntad expresa del emperador.
Durante los años que transcurrieron del 260 hasta rayar el siglo IV, la iglesia completó la organización por todo el imperio y afianzó su prestigio. Había muchos cristianos en todas partes: llegando a ser mayoría en algunas ciudades de Asia Menor.
Los había entre los funcionarios públicos, entre los cargos palatinos y en la milicia. Fue preciso edificar nuevos templos espaciosos, pues lo locales construidos en el decurso del siglo III no bastaban para atender a la multitud de fieles. Quedaba muy lejos el tiempo aquel en que los cristianos eran mal vistos y acusados de los peores crímenes.
Los cristianos podían pensar que había llegado el momento de su triunfo sin nuevas pruebas. Mas, contra todas las previsiones, se presentó una nueva persecución; la más cruel u duradera de todas. El historiador Eusebio nos explica por que la Providencia permitió una prueba tan dura. Eusebio vivió aquellos hechos y sus palabras nos dan la clave de otras persecuciones habidas a la larga historia de la iglesia.
“Como comenzásemos a abandonarnos en la negligencia y desidia-
confiesa humildemente- debido al mal uso de tantos años de libertad, y
unos a tener envidia y criticar a otros; como nos hiciéramos nosotros
mismos mutua guerra, hiriéndonos de palabra a modo de armas y lanzas;
como los prelados luchasen contra prelados y pueblos contra pueblos,
levantando revueltas y tumultos; finalmente, como imperase el fraude y
el engaño hasta el ápice de la malicia, entonces la divina justicia
empezó a amonestarnos primero con brazo suave, como acostumbra, casi
sin sentir, y moderadamente, sin tocar aún al cuerpo general de la
iglesia 7y pudiéndose reunir todavía las multitudes de fieles libremente;
la persecución estalló en sus comienzos por los que ejercía la milicia”.
Sucedía eso a fines del siglo III. El imperio era gobernado por Diocleciano, hombre inteligente pero escéptico,
en Oriente; Italia y todo el Occidente estaba en manos del emperador Maximiano, vanidoso e inculto. Fue éste el
primero que emprendió la depuración de elementos cristianos en sus tropas. A los oficiales se les degradaba de
momento; los veteranos eran echados ignominiosamente del Ejército. Han llegado hasta nosotros los nombres de
varios mártires pertenecientes a la milicia: Maximiano en Tebaste, Víctor en Marsella, Marcelo en Tánger,
el veterano Julio en Mesia, Emeterio y Celedonio en Calahorra. Pero el más ilustre de todos fue, sin duda
alguna, San Sebastián, en Roma.
Se conservan los restos de San Sebastián, así como la catacumba en donde fue sepultado, con
el lugar del sepulcro. Hay noticia de su culto, antiguo y nunca interrumpido. En cambio, no poseemos ningún
relato contemporáneo de su martirio. La “pasión” o relato del martirio fue escrita un par de siglos mas
tarde y, aunque verídica en lo sustancial, es dudosa en ciertos detalles y contraria en algunos
hechos históricos conocidos. Mas, como se trata del único documento que relata el martirio del santo,
en él han debido de apoyárselos hagiógrafos posteriores.
Sebastián hijo de padre militar y noble era oriundo de narbona pero creció y fue educado en Milán. De muy
joven emprendió la carrera militar y llego a capitán de la primera cohorte de la guardia pretoriana, cargo que solo
se daba a personas ilustres. Era respetado por todos y apreciado por el emperador. Lo que ignoraba este es que
Sebastián fuera cristiano de corazón. El noble capitán cumplía con disciplina, pero no tomaba parte en los sacrificios
a los dioses ni en otros actos que fueran de idolatría. No exteriorizaba su fe intima; aunque se valía de su posición
privilegiada para ejercer el apostolado seglar entre los compañeros de milicia y en ayudar ocultamente a los
cristianos. Visitaba a los encarcelados, por causa de cristo, alentaba a los débiles abatidos, daba animo a los
que padecían tormento. Según la “pasión” intervino de un modo especial en sostener la fe de dos caballeros
romanos, Marco y Marceliano, hermanos mártires, cuyo sepulcro fue identificado a principios del presente siglo
cerca de la catacumba de San Sebastián.
La conducta de San Sebastián no era de cobardía sino de cautela, y estaba de acuerdo con lo que, en
distintas ocasiones, habían exhortado los prelados. El martirio se podía pedir a dios, pero no se debía provocar, pues
eso hubiera sido tentar a dios, obligándole a conceder unas gracias especialísimas fuera de lo ordinario. El proceder
de Sebastián fue, el de simultanear, mientras pudo, el cargo de soldado del emperador pagano con el otro cargo de
soldado de cristo.
Esta situación duro hasta el día en que llego la denuncia, en parte temida y en parte deseada, y se enteró
el emperador. Maximiano le hizo comparecer a su presencia, reprocho su conducta y le coloco en la disyuntiva de
abandonar su religión o perder el honroso cargo. Sebastián tuvo que escoger entonces una de las dos milicias.
Como pudo más la convicción y su conciencia que la posición encumbrada y el bienestar material, escogió a cristo.
No soporto el emperador aquel desaire y le amenazo can la muerte. Pero Sebastián sentía por todo su ser la gracia
sacramental de la confirmación que le empujaba a martirio y no dio el brazo a torcer. En vista de ello, Maximiano,
le condenó sin más dilatación, a morir asaeteado. Los sagitarios se lo llevaron al estadio del palatino;
desnudo lo ataron sobre un poste y lanzaron sobre le una lluvia de flechas. Luego se retiraron indiferentes,
dejando el cuerpo erizado y dándolo por muerto.
Mas no fue así. Sus íntimos, que estaban al acecho fueron allí y encontrándolo vivo aun lo desataron y se hicieron
con él. La “pasión” nos ha conservado el nombre de la santa matrona que lo escondió en su propia casa y le curo
las heridas. Se llamaba Irene y en los catálogos antiguos su nombre se encuentra entre los santos del día 22 de Enero.
Pasado un tiempo, Sebastián quedó completamente restablecido. Sus íntimos le aconsejaban que se ausentara
de Roma; mas él, que ya se había encariñado con la idea del martirio, en vez de esconderse se presento un buen día
ante el emperador y le pidió, con singular entereza, que dejara ya de perseguir a los cristianos. Maximiano, salido
que hubo de su asombro, pues lo creía muerto, no se dejó ablandar, antes al contrario, enojado por aquello, le mandó
azotar horriblemente hasta morir. Luego los soldados echaron el cuerpo en un albañal inmundo. Una piadosa mujer,
de nombre Lucina, recogió sus venerables restos y los colocó en las catacumbas, en el lugar donde hoy se
levanta la basílica que lleva su nombre.
Esta catacumba se halla a poco más de dos kilómetros de las antiguas murallas que circundaban la urbe romana. Durante el siglo IV, cuando la iglesia pudo desenvolverse con toda libertad, se erigió una pequeña iglesia subterránea en el lugar de la tumba. En la parte superior edificaron, por el mismo tiempo, otra basílica de mayores proporciones, dedicada a San Pedro y San Pablo, pues desde el siglo sé venia dando culto a los dos apóstoles en aquella catacumba. Esta basílica cambio de nombre en el siglo IX y lleva desde entonces el del mártir Sebastián. Para el visitante de hoy, la iglesia ofrece un aspecto moderno, pero debajo de las molduras y estucos barroco, esta la estructura romana del siglo IV. La estatua de San Sebastián, que preside el altar, obra de Giorgetti, es muy venerada por el pueblo romano. Cerca del lugar del martirio, en el palatino, hay otra iglesia dedicada al santo mártir.
El culto a San Sebastián como protector contra la peste data de muy antiguo.
En el Año 680, la ciudad de Roma, estaba infectada de este mal. Entonces erigieron un altar con la imagen del Santo en la basílica de San Pedro. La gente fue a invocarle y, según rezan las crónicas, la peste ceso al punto. El hecho se divulgo rápidamente y desde entonces es invocado en todas partes. En España son innumerables los pueblos y ciudades que lo tienen como patrón, las ermitas y capillas dedicadas en honor suyo y son muy pocas la parroquias rurales que no tengan el altar de San Sebastián. También data de muy antiguo en los anales de la iglesia el invocar a San Sebastián contra los enemigos de la religión junto con otros dos santos caballeros, San Mauricio y San Jorge.
Por su general representación icnográfica de un joven atlético, semidesnudo, apuesto y bello, es llamado Apolo cristiano, siendo uno de los santos más reproducidos en las diferentes técnicas y expresiones artísticas.
La imagen Mairenera de San Sebastián.
Es talla de madera noble policromada, representando su martirio saeteado y atado a un árbol que, en nuestro caso, y siguiendo con la costumbre y tradición se trata de un naranjo. Es de fecha y autor desconocido. Fue restaurada en 1965 por el Imaginero Francisco Buiza Fernández.